Jesús es el Cristo, el Ungido, el Mesías prometido desde antiguo. Es el Verbo eterno, el Logos divino que en el principio estaba con Dios y era Dios. Y en la plenitud del tiempo, ese Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Juan 1:14), lleno de gracia y de verdad.
Él es el Buen Pastor que deja las noventa y nueve ovejas para ir en busca de la que se perdió. Es el Cordero sin mancha que fue inmolado por nuestros pecados, para que por Su sangre preciosa fuéramos reconciliados con el Padre.
Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie viene al Padre sino por Él (Juan 14:6). No es uno de muchos caminos; Él es el único puente entre la humanidad caída y el Dios santo. En Su rostro resplandece la gloria del Dios invisible, y en Sus manos vemos las marcas del amor eterno.
Es Rey de reyes, pero también el Siervo sufriente. Es el León de Judá, pero se humilló como un cordero llevado al matadero. En Él se abrazan la justicia y la misericordia, la majestad y la ternura, la divinidad y la humanidad.
Jesús es el Amigo fiel, el Esposo de la Iglesia, el Redentor de nuestras almas. Y aún ahora, glorificado a la diestra del Padre, intercede por nosotros como nuestro Sumo Sacerdote eterno. ¡Oh, cuán profundo, cuán ancho, cuán alto es el amor de Cristo!
Hermano, hermana… no hay nombre como el nombre de Jesús. Solo en Él hay salvación. Solo en Él hay esperanza. Solo en Él hay vida.
¿Quieres conocerle más? Porque Él no está lejos. Está a la puerta y llama… si alguno oye Su voz y abre la puerta, Él entrará, cenará con él, y él con Él (Apocalipsis 3:20).